martes, 29 de noviembre de 2011

el primer día

Mi hija  llevaba un tiempo pidiendo un gato, una voz clamando en el desierto, ya que no entraba dentro de mis planes tener ningún felino. Siempre había tenido perro y no estaba dispuesto a cambiar mis gustos, especialmente por la idea de que tener un gato era  como no tener nada. Pero como casi siempre, tener ideas preconcebidas no sirve absolutamente para nada, cuando los acontecimientos funcionan por si solos. 
Ese día los dioses estaban de parte de mi hija, así que no tuvieron mejor idea que dejar a una preciosa y cariñosa gatita, aparentemente abandonada, a los pies de mi hija. Por supuesto, no dudó en adoptarla, pero no sabía que esa adopción iba a traer un nuevo inquilino. Ese mismo día apareció Jeremiah Johnson.


Mientras tanto, ajeno a lo que estaba aconteciendo en mi casa, yo estaba en el centro de Madrid fotografiando a unas monjas que iban vestidas de un blanco impoluto.


La Puerta del Sol estaba completamente levantada, parecía un campo de batalla, con pequeños pasillos por donde ríos humanos desfilaban sin saber muy bien si saldrían a la calle acertada. La crisis, que ya llevaba dos años de vida,  estaba en plena ebullición y los vasitos para pedir se iban extendiendo como una plaga.



En ese maremágnum de adoquines y gente, los portadores de vasos conseguían bendiciones en vez de monedas.