miércoles, 30 de noviembre de 2011

jeremiah johnson


Apareció de pronto, como si hubiera traspasado un extraño  túnel  de espacio y  tiempo. Fue el mismo día que mi hija había encontrado a la gatita, el mismo día que yo había hecho la foto de las monjas, el mismo día que la Puerta del Sol estaba patas arriba, pero a la gatita Tarifa -así la pusieron de nombre- la habían encontrado a varios kilómetros de casa. Pensamos que era demasiada casualidad, más cuando nunca había estado otro gato en casa... tal vez estaban juntos y les había seguido... pero era muy pequeño y no podía haber corrido detrás de un coche durante varios kilómetros.
El caso es que allí estaba, tan rubio, tan pequeño, tan solo... tan Jeremiah Johnson.



 
La  gata era demasiado sociable  y confiada, no tuvo el  más mínimo problema  en adaptarse enseguida a su nueva casa. Era cuestión de tiempo que se hiciera dueña del hogar. Sin embargo, Jeremiah se mantenía en la distancia, al menos unos 5 metros, justo la medida que habría calculado para salir corriendo, teniendo en cuenta su pequeño tamaño comparado con el nuestro. Su única fijación, más incluso que conseguir comida, era estar cerca de Tarifa. Ella no parecía tan preocupada por esa unión, pero para Jeremiah era vital.


martes, 29 de noviembre de 2011

el primer día

Mi hija  llevaba un tiempo pidiendo un gato, una voz clamando en el desierto, ya que no entraba dentro de mis planes tener ningún felino. Siempre había tenido perro y no estaba dispuesto a cambiar mis gustos, especialmente por la idea de que tener un gato era  como no tener nada. Pero como casi siempre, tener ideas preconcebidas no sirve absolutamente para nada, cuando los acontecimientos funcionan por si solos. 
Ese día los dioses estaban de parte de mi hija, así que no tuvieron mejor idea que dejar a una preciosa y cariñosa gatita, aparentemente abandonada, a los pies de mi hija. Por supuesto, no dudó en adoptarla, pero no sabía que esa adopción iba a traer un nuevo inquilino. Ese mismo día apareció Jeremiah Johnson.


Mientras tanto, ajeno a lo que estaba aconteciendo en mi casa, yo estaba en el centro de Madrid fotografiando a unas monjas que iban vestidas de un blanco impoluto.


La Puerta del Sol estaba completamente levantada, parecía un campo de batalla, con pequeños pasillos por donde ríos humanos desfilaban sin saber muy bien si saldrían a la calle acertada. La crisis, que ya llevaba dos años de vida,  estaba en plena ebullición y los vasitos para pedir se iban extendiendo como una plaga.



En ese maremágnum de adoquines y gente, los portadores de vasos conseguían bendiciones en vez de monedas.




lunes, 28 de noviembre de 2011

en la puerta


Me llamo Leo Cobo, soy fotógrafo, y este será mi cuaderno de viaje a través de la relación con un gato que prefirió ser libre.

Apareció en mi vida en el verano de hace dos años. Aunque en un principio le llamaba Jeremiah Johnson -le notaba cierto parecido-, acabé por simplificar y comencé a llamarle Dorado. Creí que sería pasajero, pero me equivoqué, se instaló en mi vida, pero a la distancia justa para salir huyendo si hacía falta. No hizo falta, así que día a día fue ganando centímetros para acercarse a mí. Ahora, cada mañana, me lo encuentro en mi puerta, esperándome, con cara de hambre... sabe que no voy a dejarle sin comer. Nunca quiso pasar de la puerta, aunque la dejara abierta. Prefirió ser libre...  y yo también..